martes, abril 22, 2008

quereme así, piantao


Este principio de melómana me lo contagió Jahey. Siempre dando gracias, claro, porque ir por ahí con la música en los oídos es una maravilla. Más cuando los kilómetros se suman en el día a día.

Hoy, al disfrute de la música se sumó un hecho fortuito (¿fortuito?) que vino a realzar el milagro de ponerle una banda sonora a lo cotidiano de un viaje cualquiera.

Las 19:15, sentada del lado derecho del bus, prendo el mp4 preparándome para el viaje. Pinta Balada para un Loco y cierro los ojos mientras recito con Amelita este tango (sí, tango) que es el que más me gustaría saber cantar.

Y por lo que sea (casualidad o sincronicidad) abro los ojos cuando dice: “no ves que va la luna rodando por callao” y veo, precisamente, la luna, a centímetros del horizonte, rozando los techos de la ciudad, con esa mella que le hace el menguante pero de un maravilloso tono rojizo.

(Mientras seguía sonando la balada, se superponía Viglietti cantándole a Jacinto Vera y a esa misma luna que corría, blanca, entre las casas de chapa y madera, a esa voz se le suma la de García Lorca cantándole a su moneda de plata que resucita en primavera, a su luna en la fragua (y su polizón de nardos) a su luna alta que se refleja en el agua y claro, luna, agua, Cortázar, su voz y vos temblando)

Eso fue hoy. Pero algunos días atrás me pasó algo similar, pero con canciones de la Pequeña Orquesta Reincidentes (de nuevo, gracias Rodia)

Nuevamente en viaje, mientras trataba de entrarle a Fausto, llego a este fragmento:

“Y tú, vacía calavera, ¿por qué me miras riendo con sorna, cual si me dijeras que tu cerebro, desconcertado en otro tiempo como el mío, buscó la serena luz del día, y sediento de verdad, erró lastimosamente en el triste crepúsculo?

Releo ese fragmento y nuevamente, por el azar que -yo tampoco- busco comprender, presto atención a lo que está sonando y era el tema “Desvelo" y puntualmente esta estrofa:

“Busco luz en el hueco del alma
cuando el día se va
enredando en sus rayos la ilusión.”

Maravilloso. Sobre todo porque las dos estrofas anteriores venían diciendo:

Por ver lo que no se ve
la huella en la oscuridad
azul como las hojas del invierno feroz
me pierdo entre las horas y los días sin vos
jazmín del viento al vendaval.

Vacío de pensar y pensar
la noche hace nido en mí
así me escapo siempre por el mismo lugar
así cuento los pasos que doy sin tropezar
rincón por donde andar y andar.

Maravilloso, vuelvo a pensar (y pensar) y fue un regalo para el resto del día.

Y la yapa. La yapa, en realidad, fue el primero de estos toques mágicos entre la música y lo cotidiano.

Sucedió nuevamente en el bus, viajaba del lado del pasillo escuchando (sí, otra vez) la Pequeña Orquesta Reincidentes. En este caso sonaba “turba”: Pues que cuando llega el verso “Disparaba al viento: arena” pequeñas y sutiles partículas caen en mi rostro desde lo alto y claro, lo primero que pensé fue: arena!

Pero no, no era arena, era yerba!!!! je, el muchacho del asiento vecino llevaba yerba en la mochila que estaba en el portaequipaje justo justo sobre mi. Luego de sacudirme las pecas verdes (que se sumaron un instante a las otras) acomodé la mochila y seguí el viaje.

Estoy esperando el próximo episodio de estos extraños sucesos, por las dudas borré del mp4 “el ómnibus” de Leo Maslíah, no sea cosa que…


En fin, les dejo a Amelita... quereme así... piantaoo.. piantaaaoooo piantaoooo... (qué bueno que puedo cantar al menos en el blog)

tiempo para buscar, tiempo para perder

Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancarlo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra
y un tiempo de paz.


Cuando uno vuelve a su escuela después de varios años tiene la impresión que a la achicaron. Los salones, enormes en su momento, son más bien chicuelos. El patio, escenario de agotadoras correrías, ahora lo surcamos en 5 pasos locos, y así.

Lo mismo me pasa con la memoria de los sabores.

Hace un tiempo escribí medio al tun tun sobre mis árboles “sagrados”. Al nacer en zona rural, se convierten en amigos y sus frutos en regalos.

Nísperos, pitanga, quinotos, ciruelas, guayabas, granadas, limas… cada una en su época. Guarda mi memoria un recuerdo delicioso - literalmente- de estas frutas relativamente exóticas.

Ayer, cuando llegué a la casa de mis padres, no veo pero huelo a guayabas. (Pero las guayabas uruguayas, no las brasileras que son más bien inmundas de oler) Andanada de buenos recuerdos y ese anhelo de tener, aunque sea vía papilas, un poco de esa infancia en pleno 2008.

El ritual de siempre, cuchillo y cucharita de café. Se corta al medio y se extrae la pulpa con la cucharita (de café, que es el tamaño exacto) Y lo que temía, a los 6 años la guayaba me parecía mucho más sabrosa que ahora. Comí algunas, mientras recordaba un par de anécdotas con mis padres (una incluye la ves que sentada bajo el guayabo se me dio por pasar la mano por el lomo a una gata peluda como esta, mientras decía un inocente “qué lindo”. (Era bichera que daba miedo, pero luego de ese episodio aprendí un par de cosillas sobre la madre naturaleza, los mecanismos de defensa de algunos bichos y las metáforas)

Como corolario, entre las guayabas encuentro una granada. Más buenos recuerdos. En aquella época en que la tele empezaba a las 17 horas, comer una granada suponía un buen rato de entretenimiento cuando una tiene 4 años.

Así que me apliqué a la granada: lo de las guayabas, de chica la fruta me parecía más sabrosa. Realmente, qué le encontraba, no sé, ese trabajo de gallina sacando cada granito que además es más semilla que pulpa… en fin, mi padre comentó que la abuela hacía licor con las granadas. Así que me pareció más útil desgranarla para eso.

Y luego, vencida de la edad sentí mi espada. Ya no es el tiempo de las guayabas al pie del árbol. Pero no por eso dejo de agradecer que ese aroma me traiga tan buenos recuerdos.

Igual voy a insistir, algún día puede aparecer la guayaba con el sabor exacto a infancia.
El momento oportuno

Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa
bajo el sol:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancarlo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras
y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse
y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar
y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra
y un tiempo de paz.

Eclesiastés capítulo 3.