viernes, marzo 14, 2008

Elucubraciones mías...

Empecé a leer Madame Bovary.

(Como se me hace imposible abordar Fausto en los viajes, decidí dejarlo en casa para leerlo más tranquila. Busqué otro libro, de mientras, en la mini biblioteca que tengo en macondo chico y vi, precisamente a Doña Bovary, libro que había comprado en Tres Cruces ya que el ejemplar anterior se estropeó porque lo dejé en el fondo de casa y lo agarró la lluvia, más o menos hace 13 años, la primera vez que lo leí)

En resumidas cuentas, empecé a releer Madame Bovary.

A medida que voy avanzando en la historia, corroboro lo que hace tiempo venía pensando: es necesario volver sobre algunos libros leídos en la adolescencia.

Definitivamente, Emma no es la misma a estos 28 que a los 15.

Pero no voy a hablar de ella ahora, voy a esperar a terminar el libro.

A raíz de esta idea, pensé en qué tendría que volver a leer y se acumularon varios títulos… sumados a los que quiero leer y la cosa va para largo.

En eso cavilaba cuando recordé a Graciela Cabal y su teoría sobre los lectores. Justamente ese libro lo tengo por acá: se llama “La emoción más antigua” y dice en su primer capítulo:

Alrededor de los libros:

Dicen que los coleccionistas suelen ser personas de larga vida. Parece que a ellos nunca les llegara la hora de morirse. Mejor dicho, sí, les llega, igual que a todos el mundo, pero los coleccionistas se resisten a morir. Y no se mueren. ¿Y eso por qué? Porque a su colección – más bien a sus colecciones- siempre les anda faltando algo…
Caso parecido, creo yo, es el de los lectores. Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen si un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando llegar a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida a través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician los libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro por azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor; de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer, de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: “Y ahora, qué va a ser de mí?”

Mi papá era un lector de esos.”Todavía no me puedo morir –decía, disculpándose-: tengo que terminar El otoño del patriarca…”. Y no se moría. Porque antes de terminar ese libro empezaba otros. Y entonces era cosa de nunca acabar. Una estrategia, como cualquier otra. Es que para los lectores así la muerte es un verdadero escándalo. Con todo lo que hay para leer…

Quería decir que es cierto: leer alarga la vida. Y eso no sólo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas, de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente –subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas-, no. Hablo de vivir más tiempo, literalmente hablando.
Claro que, finalmente, los lectores adictos también se muren. Pero lo hacen tan a su pesar, tan aterrándose con uñas y dientes a la poquita vida que les va quedando…

(Catedral de Santander, sepulcro de don Marcelino Menéndez y Pelayo, una de las estatuas funerarias más bellas de España. De larga barba y hábito de monje, don Marcelino duerme el sueño final. Y su cabeza se apoya en una almohada de libros. En los libros, una leyenda grabada: “¡Qué lástima morir cuando me queda tanto por leer!”)


A veces la resistencia del lector a morir es intolerable hasta para la misma Muerte, quien, condolida, se inclina para susurrar en los oídos del moribundo: “no temas, no desesperes, que el cielo debe de ser una lectura continua e inagotable…” según decía Virginia Wolf, una escritora que ella, la Muerte, conoce muy bien. Otras veces la Muerte hace como que se confunde, como que se distrae, y mira para otro lado… Y el que muere s uno que no tenía nada que ver, pero que andaba por el mundo sin un libro en la mano que lo protegiera de todo mal…”

El libro sigue y es recomendable, tanto como su autora. (Que se murió hace un par de años, así que su teoría muy linda, pero nada cierta, les diré.)

Pero eso no importa.

Precisamente, hay que elegir bien qué leer y no hacerlo a tontas y a locas. Yo tengo debilidad por los escritores… sobre todo si llevan un par de siglos muertos y sus libros se consideran clásicos.

Pero, en estos días pensaba que tampoco me puedo pasar para el otro lado. Ejemplos sobran, sin ir más lejos en esta blogsfera, de autores contemporáneos que valen tanto como algunos clásicos.

El problema de fondo -el poco tiempo y el tanto para leer- no tiene solución.

Y voy a ir terminando este post con la palabra que no me salía y define muy bien todo esto:

Elucubración