jueves, octubre 23, 2008

Qué sé yo qué más...?

"Hoy me siento profundamente melancólico, no se por qué. Me desayuné tan mal esta mañana... Jamás he comido peor desde que tengo cocinera. No puede uno comprar buen tabaco: la administración nos envenena. Me han traído unas botas nuevas que no me sientan tan bien... llueve... Qué sé yo qué más...?
Los días son largos, como días sin pan, desde hace algún tiempo, no es cierto? No; usted no conoce este malestar, el placer enojoso, el tedio que embriaga, el mal sin nombre del que le hablé noches pasadas en el saloncito lila, en que quisiera ahora encontrarme, porque estoy pasando un día fatal para pintar, y, no pudiendo pintar, me agradaría mucho aburrirla con mi conversación."

George Sand/Ella y Él

Este libro lo compré hace tiempo, lo tenía ahí, sin tocar y hoy revolviendo en busca de algo que me ate otra vez a la lectura, me encontré este fragmento definiendo el mal sin nombre.

qué se yo qué más?

Hoy es un poco así. hoy? la semana. la semana?

Busco refugio en la música, a falta de lugar para armar un rompecabezas, escucho una y otra vez la misma pieza. La rescaté de mi memoria. Ahora juego a eso, tratar de recordar lo que sabía, lo que me gustaba, lo que me alegraba.

El tesoro de hoy: hacer una grulla de papel y uno de los temas de Cinema Paradiso.

La grulla la dejé en una rama, la pieza la traje para compartir.

Cómo cual? Esa que escuchás.

sábado, octubre 18, 2008

Sólo para Locos.

Leía El Lobo Estepario.

En el 2006 me compré el libro, y lo perdí en el 2007.

Este año me lo compré de nuevo. Lo estaba leyendo pero mi hermano ha desarrollado una costumbre canallesca. Se lleva los libros sin pedirlos, incluso si aún no los terminaste y los estás leyendo. (porque pueden estar sin terminar, pero abandonados. Igual, no justifica)

Recuperarlo no es fácil, vive a de 270 kilómetros. En dirección opuesta a mis propios 290 kilómetros.

Creo que las dos veces quedé por el mismo lugar.

Igual, no estoy concentrada para leer. Cada tanto me pasa. Paso las hojas y no las leo, vuelvo atrás y no las vuelvo a leer.

Así que miro. Miro por la ventana y cómo está creciendo ese sauce y qué verde que es. Los yuyos también están creciendo. Como nunca voy para ahí los voy a dejar. Es más fácil cuidar yuyos que las plantas.

Por qué será? Ojalá mis hierbas aromáticas crecieran tan bien como los yuyos de afuera.

Igual, hay algunos muy bonitos. Y hay que ver cómo le gusta a Vincent. Se cree pantera. La única diferencia es que caza lauchas.

Pero las trae vivas. Ya le expliqué que yo no le exijo una cuota de ratones por mes. Que lo tengo porque quiero y no para que cace ratones. Menos si los va a entrar vivos y luego olvidarlos por ahí, para que yo me los encuentre, acurrucaditos y muertos de miedo atrás de un cajón.

Me dan ternura las lauchitas, pero en casa no pueden vivir. A una la tuve que ahogar. Fue terrible. Después recordé que era lo que hice en un sueño con ratas (que está en el otro blog, pero me da pereza linkear) Terrible.

Después ese espectáculo del gato jugando con el pobre minerito, me pasé cantando tangos todo el día.

Es un gato, es su naturaleza, hace bien. Persigue a todos los bichos que se meten por la puerta. Esto de vivir en zona suburbana tiene eso que se te mete hasta un ciempiés. No es feo bicho.

Fea era la araña del otro día. Una araña lobo que mama mía.

Estaba yo en una de mis contemplaciones por la ventana y por algo miro a la opuesta, que siempre tiene cortinas. Y veo patas.

Curiosamente, mi primera idea fue un cangrejo.

No sé en qué estaría pensando o dónde estaba yo para semejante asociación. Pero no cabían dudas de que eran patas.

Así la vi. Y como los de la National Geographic no estaban cerca, yo la hice tapa de revistas.



Era grande, pobre. Y peor para ella. El problema es que algo así de grande no me animo a pisar, porque siempre me da la impresión que se me va a subir al pie. Así que recurrí al Júpiter.

No al dios griego, un rayo era mucho para esa pobre araña. A una especie de veneno ultra tóxico que mata todos los bichos y conmigo todavía no pudo, porque estoy grande.

Pero la araña también, así que no se murió pronto. Le saqué algunas fotos, como será la cosa que el flash hizo reflejo en uno de sus ocho ojitos. Después les muestro esa.

Entonces agarré un latón y se lo tiré encima. El Latón boca arriba, cosa que la aplastara. Y me fui a trabajar, cuando vine estaba muerta.

No sé si por el veneno o por el latón. Pero así es mejor.

Ya sé que la pobre bicha no hace nada y que ataca solo si la molestan. Pero no había derecho a presentarse así, de esa forma tan inquietante.

Igual, prefiero eso. Cuando la miraba no dejaba de pensar... mirá si estiro la mano para agarrar algo y sin querer la toco.

Ah, horror indescriptible.

Pero será la primavera, no sé, pero hay bichos por todos lados. Ayer, en un arbustito frente a mi trabajo, vino a hacer un descanso un enjambre de abejas. Pobres.

EN la tarde vinieron unos apicultores y se las llevaron.

Me dio mucha lástima hoy, porque las exploradoras volvieron y su enjambre no estaba. Seguramente murieron al caer el sol. Qué feo es ser dejado atrás.



Escribo esto con Vincent entre los brazos. Se acomoda ahí cuando estoy escribiendo en lo computadora. Ya tengo bastante práctica. Ayer, en realidad, pude escribir en paz, porque se acomodó en el cajón de la leña fina, le puse un par de almohadones y parece que le gustó.



Se quedó ahí toda la noche. Hoy, que la estufa está apagada, prefirió los brazos.


Como cazar lauchitas, los lugares cálidos son su naturaleza. Ahí lo tienen, como gato entre la leña.


(También merecería ser tapa de revista)

jueves, octubre 09, 2008

La receta de Moriana

No es fácil. Ninguna adolescencia lo es, pero la suya había sido con ganas de no ser. Recién catorce años y su padre murió durante el almuerzo de celebración del cumpleaños número cincuenta y siete. La mesa decorada por ella y la comida de mamá, que más de un elogio le valiera.

Nunca olvidaría aquel mediodía oscuro. A los postres, el padre, como siempre, tenía el honor de comer la primera porción de torta; una de chocolate, no recordaba el nombre, pero Jael sabía que esa receta estaba en el cuaderno de cocina que pasa de manos de abuela a manos de madre a manos de hija.

Es comprensible que no quisiera recordarla: luego de dar dos o tres bocados, mientras su madre recitaba un poema, -al que no prestó atención, nunca le gustaron las cursilerías- su padre se desplomó sobre la mesa.

Así murió, y liquidó aquel despojo de familia que ese almuerzo debía salvar.

Jael no quería admitir que era un cretino, no quería recordarlo. Sabía, porque escuchaba las interminables peleas con su madre, el desprecio constante. Pero era su padre. Le dolía aunque no sabía donde.

Le dolía de años. La tragedia, figurita repetida del álbum familiar. Un abuelo borracho y un tío pederasta murieron entre una sopa y una cazuela de arvejas. Así se pintaba la paradoja: que en una familia de buena mano para la cocina, la desgracia desbordara directamente de las cacerolas.

-A mi no me va a pasar.

-Diego es un buen hombre. Será un buen marido. Se auguraba Jael, cada vez que pensaba en su historia familiar. Siempre me querrá.

Y así llegó el día de su boda. Secretamente señalaba esa fecha como un nuevo comienzo, un “después de” en una historia donde abundaban malos hombres y mujeres sobrevivientes a las tragedias.

Frente al espejo y repasa la antigua lista mientras corrobora: algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul. En su mente se formó una imagen: labios azules. Cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza. No, a mí no.

La ceremonia fue sencilla, la capilla pequeña. Muy pequeña, pensó, mala elección. Sabía a sus espaldas, tan cerca, a todas las mujeres de la familia, todas de negro ¡Es que no hay más colores! Pensó Jael. Las sentía hasta respirar, es más, le pareció escuchar una sonrisita cuando el sacerdote dijo “hasta que la muerte los separe”.

A mí no. Pensó, a mí no, a mi no, juro que a mí no, repetía para sí una y otra vez como si conjurara un contra hechizo, y tan absorta estaba que no se dio cuenta que acababa de decir “no” en voz alta.

-¿Cómo? preguntó, asombrado, el sacerdote

Acababa de decir que no aceptaba a Diego para honrarlo y quererlo y todo lo demás. Perplejas miradas entre Diego, el cura y Jael. Se sonrió y con naturalidad dijo: no pienso decir que no, porque sí, quiero!

Bastante bien la salida, todos sonrieron ante la ocurrencia. Ya estaban acostumbrados a sus comentarios y a nadie le sorprendió que Jael soltara algo así.

Se besaron.

Y saludaron en el atrio a padres, hermanas, hermanos, tías, primos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y una resaca de desconocidos.

Luego el arroz: costumbre asquerosa, ¿Acaso saben que eso significa una eyaculación? La imagen de aquel baño de leche le causó gracia, ¡Si la tía Ethel supiera! Algún día le iba a decir, aunque el momento era ese, mientras metía la mano en la bolsa de arroz mediograno.

Ya en el hotel, luego de la fiesta, cansada pero feliz, pensó que todo había salido bien, ya no había qué temer.

Mientras esperaba que Diego saliera del baño, terminó de revisar algunos paquetes que le dieron a último momento. Se rió al abrir una fina caja con lencería. Sus amigas, claro. Ellas se lo prometieron para la noche de bodas y no la dejaron ver nada antes. Sonrió más al ver sobre las sedosas prendas blancas una notita: condimentos para el amor.

Todavía con la sonrisa en los labios abrió el paquete de su madre. Una olorosa caja de madera, delicadamente tallada con flores y el cuadro de una mujer en un balcón frente a un hombre a caballo –la escena la conocía de algún lado- conservaba en su interior un cuaderno antiguo. El famoso cuaderno de recetas de la familia. Sobre él, también una notita: “para cuando se acabe el amor”.

¡El mismo día de mi boda, este mal augurio! Están locas, todas locas. El amor no se iba a acabar, no como a ellas y si pasaba, no iba a recurrir a sus métodos para tratar de recuperarlo. Lo hizo a un lado con una mueca de fastidio.

-Epa, por qué esa carita?, decía un Diego recién salido de la ducha y ya sirviendo las copas de champán. Ya te estás arrepintiendo?

- No, es sólo el cansancio. Una ducha y estoy pronta. Además, tengo que ponerme esto, dijo, enarbolando la caja con lencería, mientras que con la punta del pie ocultaba bajo la cama la otra caja con el cuaderno de recetas.

Y ese fue el destino del libro, al menos por nueve años. Olvidado en una caja en el sótano donde primero fueron a parar aquellos regalos feos e inexplicables, el álbum y la filmación de la boda –después de verlo todos los fines de semana y cuando venían visitas durante el primer año de casados, fue cayendo en el olvido.

El polvo se fue acumulando en aquel túmulo de un matrimonio feliz y se filtró al día a día de Jael y Diego. Como siempre con el polvo, no se nota hasta que alguien cambia de lugar un objeto.

jueves, octubre 02, 2008

Ruth, compañera fiel.



De primos hermanos solo el nombre, porque somos más hermano primos que otra cosa.

Nos dejaste en el número redondo de 10, pero 11 siempre fue mejor.

No puedo evitar pensar en vos y en los ratos juntas: Yo como una suerte de hermana menor de la que te encargabas cuando íbamos todos a Conchillas. Y suerte en el mejor de los sentidos. Cuando me enseñaste el romance del enamorado y la muerte mientras caminábamos por el barrio histórico en Colonia.

Eras la que pasaba las películas, hacía de payasa o el de mago en los cumpleaños. Te acordás en Buenos Aires? Vendiste tu caballo y te llevaste a los tres primos chicos en avión a Buenos Aires para el cumple de Sebastián. Qué sorpresa! Ellos no se lo esperaban.

Y cuando hiciste aquellos trucos de magia! Ni nos dimos cuenta que eras vos! Con aquel truco de la firma de Seba te pasaste.

Y por esa fecha fue que me pasaste tu colección de de servilletas. Todavía las tengo y fiel a lo que me encargaste, cuando me voy de viaje junto algunas para agregarle. Me dijiste que se la diera a mi hija, pero creo que van a ir a parar a tu sobrina. La de Venecia para mi es la más linda.

Todavía tengo un par de revistas de Asterix que nunca te devolví. Gracias por haberlas compartido con nosotros. Lo mismo que las de Mafalda.

Y cuando nos llevaste a todos a Fun on ice! Que linda costumbre esa, querida Ruthy, agarrar el auto y llevarte a toda la indiada a pasear. Todas las vacaciones de julio era al cine, salvo aquella vez que fuimos a patinar.

Me acuerdo que vimos los ositos cariñosos (esa no te la perdono) la sirenita y volver al futuro.

Cuando se te dio por hacer aviación y paracaidismo? Siempre estuviste medio loca, vos.

Vos te sabías toda la historia de los abuelos y su venida desde Italia. Que idiota soy! Nunca terminé de escribirlo y ahora? Ay Ruty, cuantas cosas se pierden contigo.

Te voy a extrañar para cantar los villancicos en las fiestas. Y para las guerrillas de agua!!! Las tendré que empezar sola?

Te voy a extrañar tanto.

El corazón ahora lo tengo hecho flecos y las lagrimas hacen paréntesis a las sonrisas que se me escapan cuando me acuerdo de tus anécdotas y tus cosas locas.

Porque fue injusto pero te lo bancaste como una reina, porque te hiciste fuerte por tu hijo. Porque me imagino (y solo me imagino pero seguro no tengo idea) el dolor al despedirte ayer.

Qué se le puede decir? Yo sé lo que le dijiste, Ruthy, y que injusto es todo.

Me consuela solo un poquito el saber que estuve contigo, mitiga un poco, pero poquito, el dolor saber que te dije cuanto te quería. Cuanto te quiero.

Y no sos buena porque ya te fuiste, como le pasa a otros. Tu nombre tiene un significado y vos lo hiciste carne: compañera.

Adiós.