No es fácil. Ninguna adolescencia lo es, pero la suya había sido con ganas de no ser. Recién catorce años y su padre murió durante el almuerzo de celebración del cumpleaños número cincuenta y siete. La mesa decorada por ella y la comida de mamá, que más de un elogio le valiera.
Nunca olvidaría aquel mediodía oscuro. A los postres, el padre, como siempre, tenía el honor de comer la primera porción de torta; una de chocolate, no recordaba el nombre, pero Jael sabía que esa receta estaba en el cuaderno de cocina que pasa de manos de abuela a manos de madre a manos de hija.
Es comprensible que no quisiera recordarla: luego de dar dos o tres bocados, mientras su madre recitaba un poema, -al que no prestó atención, nunca le gustaron las cursilerías- su padre se desplomó sobre la mesa.
Así murió, y liquidó aquel despojo de familia que ese almuerzo debía salvar.
Jael no quería admitir que era un cretino, no quería recordarlo. Sabía, porque escuchaba las interminables peleas con su madre, el desprecio constante. Pero era su padre. Le dolía aunque no sabía donde.
Le dolía de años. La tragedia, figurita repetida del álbum familiar. Un abuelo borracho y un tío pederasta murieron entre una sopa y una cazuela de arvejas. Así se pintaba la paradoja: que en una familia de buena mano para la cocina, la desgracia desbordara directamente de las cacerolas.
-A mi no me va a pasar.
-Diego es un buen hombre. Será un buen marido. Se auguraba Jael, cada vez que pensaba en su historia familiar. Siempre me querrá.
Y así llegó el día de su boda. Secretamente señalaba esa fecha como un nuevo comienzo, un “después de” en una historia donde abundaban malos hombres y mujeres sobrevivientes a las tragedias.
Frente al espejo y repasa la antigua lista mientras corrobora: algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul. En su mente se formó una imagen: labios azules. Cerró los ojos con fuerza y sacudió la cabeza. No, a mí no.
La ceremonia fue sencilla, la capilla pequeña. Muy pequeña, pensó, mala elección. Sabía a sus espaldas, tan cerca, a todas las mujeres de la familia, todas de negro ¡Es que no hay más colores! Pensó Jael. Las sentía hasta respirar, es más, le pareció escuchar una sonrisita cuando el sacerdote dijo “hasta que la muerte los separe”.
A mí no. Pensó, a mí no, a mi no, juro que a mí no, repetía para sí una y otra vez como si conjurara un contra hechizo, y tan absorta estaba que no se dio cuenta que acababa de decir “no” en voz alta.
-¿Cómo? preguntó, asombrado, el sacerdote
Acababa de decir que no aceptaba a Diego para honrarlo y quererlo y todo lo demás. Perplejas miradas entre Diego, el cura y Jael. Se sonrió y con naturalidad dijo: no pienso decir que no, porque sí, quiero!
Bastante bien la salida, todos sonrieron ante la ocurrencia. Ya estaban acostumbrados a sus comentarios y a nadie le sorprendió que Jael soltara algo así.
Se besaron.
Y saludaron en el atrio a padres, hermanas, hermanos, tías, primos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos y una resaca de desconocidos.
Luego el arroz: costumbre asquerosa, ¿Acaso saben que eso significa una eyaculación? La imagen de aquel baño de leche le causó gracia, ¡Si la tía Ethel supiera! Algún día le iba a decir, aunque el momento era ese, mientras metía la mano en la bolsa de arroz mediograno.
Ya en el hotel, luego de la fiesta, cansada pero feliz, pensó que todo había salido bien, ya no había qué temer.
Mientras esperaba que Diego saliera del baño, terminó de revisar algunos paquetes que le dieron a último momento. Se rió al abrir una fina caja con lencería. Sus amigas, claro. Ellas se lo prometieron para la noche de bodas y no la dejaron ver nada antes. Sonrió más al ver sobre las sedosas prendas blancas una notita: condimentos para el amor.
Todavía con la sonrisa en los labios abrió el paquete de su madre. Una olorosa caja de madera, delicadamente tallada con flores y el cuadro de una mujer en un balcón frente a un hombre a caballo –la escena la conocía de algún lado- conservaba en su interior un cuaderno antiguo. El famoso cuaderno de recetas de la familia. Sobre él, también una notita: “para cuando se acabe el amor”.
¡El mismo día de mi boda, este mal augurio! Están locas, todas locas. El amor no se iba a acabar, no como a ellas y si pasaba, no iba a recurrir a sus métodos para tratar de recuperarlo. Lo hizo a un lado con una mueca de fastidio.
-Epa, por qué esa carita?, decía un Diego recién salido de la ducha y ya sirviendo las copas de champán. Ya te estás arrepintiendo?
- No, es sólo el cansancio. Una ducha y estoy pronta. Además, tengo que ponerme esto, dijo, enarbolando la caja con lencería, mientras que con la punta del pie ocultaba bajo la cama la otra caja con el cuaderno de recetas.
Y ese fue el destino del libro, al menos por nueve años. Olvidado en una caja en el sótano donde primero fueron a parar aquellos regalos feos e inexplicables, el álbum y la filmación de la boda –después de verlo todos los fines de semana y cuando venían visitas durante el primer año de casados, fue cayendo en el olvido.
El polvo se fue acumulando en aquel túmulo de un matrimonio feliz y se filtró al día a día de Jael y Diego. Como siempre con el polvo, no se nota hasta que alguien cambia de lugar un objeto.
7 comentarios:
Ahora que dice medio asqueroso lo del arroz. Està confirmado eso? hay que alertar a la ciudadanía...
A todos y cada uno de los maltratadores (que diariamente en España) levanta la mano a su pareja daba yo una de sus recetitas... (entre nosotras quede)
¡Perfecto relato!
No sé, robertö. Vio como es de mentirosa la gente que escribe cosas. Yo lo escuché como cierto, pero nunca se sabe.
Mariluz acá también abundan de esos... y esas, porque también hay mujeres que maltratan a su familia.
Aclaro, el relato está inconcluso, falta la mitad de desarrollo y el final, al menos.
peeeeeero, eso no se sabe cuando vendrá.
gracias por su apreciación. Je, es lo primero del estilo que me animo a mostrar.
Muy bueno!!!
Me gusta la manera como maneja las pistas, mostrando toda la evidencia pero llegando a las conclusiones erróneas. Desde el título.
Buscando un poquito encontré esto:
http://cuestadelzarzal.blogia.com/2007/050901-el-veneno-de-moriana.php
Hay algo muy bueno en ese cuento, yo creo. Yo le voy a decir algo, Circe, como me dicen a mi siempre: siga trabajándolo. Si quiere. O si no, dejelo así. Que tiene algo de enigmático y a la vez exhibicionista.
Jael es un nombre lindo. Me hace pensar en un nombre gitano, y en la palabra joya.
Si, bueno, Moriana hace referencia a Esa moriana, sokón. En una época me leía cuanto libro de romances me encontraba por ahí y ese siempre lo recordé. Estaba presente cuando escribí el cuento. El grabado de la caja de madera es una escena de ese romance, precisamente.
Jael es un nombre hebreo. Ya que le gusta googlear datos ocultos, fíjese quién era Jael en la Biblia.
Reitero, está sin terminar. Sólo lo había leído un gran amigo escritor y me dio algunos piques para trabajar. Pero como procastino, veremos qué pasa.
Gracias por leerlo y por la apreciación.
Venenosamente disfrutable.
ta bárbaro
y muy bien escrito. si bien yo todavía no escribo bien, puedo apreciar algo bien escrito.
me gustan la circularidades pero más la irregularidades
ahora, que justo hoy lea esto (que acabo de evitar un almuerzo en familia)es de película
un beso
federico
Publicar un comentario